
A primera hora de la mañana de este día grande, con los ecos del ronco canto del gallo aún en el aire y la luna haciendo su última ronda, un puñado de valientes, - desentendiéndose del embrujo de las sábanas y desafiando los últimos despojos de la noche, que el batallón de limpieza se afana en retirar de las ojerosas calles, lavándoles luego la cara con chorro de manguera -, se congrega junto al caballo gigante, detrás de la Lonja, para presentar su ofrenda de flores.
A las 7.30, el sol aún durmiendo, la plaza un hervidero de atropellados comentarios, el grupo inicia su andadura recorriendo con buen ánimo, entre bromas y risas, el corto trecho hasta llegar a los pies de la Virgen, sostenida por una todavía vacía e imponente estructura, que se irá cubriendo de flores a lo largo del día. Allí, hacen entrega de sus ramos y, tras posar para la cámara inmortal, los más peques avanzan atraídos, tal vez abducidos, por el humeante olor de unas imaginarias volutas de color marrón oscuro que brotan de unas tazas acompañadas de churros.
Ha sido un acto sencillo, pero emotivo; una ofrenda pequeñita seguida de muchísimas otras que van, incesantemente, llegando y que culminarán, al acabar el día, en una inmensa demostración de devoción y cariño a La Pilarica…
… La vespertina cita del Rosario de Cristal comienza a darle otro aire, a medida que van congregándose los trajes baturros a las puertas de la iglesia del Sagrado Corazón, a la ya abarrotada terraza en que se ha transformado la plaza de S. Pedro Nolasco.
Dentro del templo, se ultiman los preparativos para el recorrido, faroles incluidos, que no flores. En paralelo, en la calle Verónica, el teatro romano es testigo de los nervios, comentarios, risas, llegadas apresuradas y del calor que se deja sentir entre la multitud que llena la calzada de coloridos trajes y estandartes, algunos de éstos acompañados ya con velas iluminadas, esperando, impacientes, a ser llamados por su correspondiente misterio, iniciando así el recorrido al encuentro con la Virgen, en pleno centro de la Plaza del Pilar, ahora ya engalanada con miles de ramos de flores.
La llamada del segundo misterio glorioso activa nuestras neuronas, y en especial las de los más peques que se ponen o les ponen firmes los mayores – pero sólo de mentirijillas, porque a papás y adultos que acompañan se les cae la baba y nos contagian su risa y su inocencia infantiles - y se preparan para el encuentro con la espectacular carroza escoltada por sus faroleros, comenzando su particular procesión por unas calles repletas de gente – La Plaza del Pilar está a rebosar - que, entre curiosa y devota, les contemplan, acompañan y arropan.
Terminada la procesión, la hora, la temperatura y el momento piden a pequeños y mayores un descanso bien merecido para refrescar la garganta y comentar con tranquilidad y en familia, a la luz de una plácida luna, los detalles de una intensa e inolvidable jornada festiva.